sábado, 8 de noviembre de 2008

La Doncella de las Mangas Amarillas

Capítulo 6

Se vengaba,

se quebraba,

se desligaba…

La muchacha ya no era ella, su ternura se desvaneció en la penumbra. La niña creció y murió, la mujer la consumió. Sus ojos ya no brillaban sino que todo lo aplacaban. Su risa ya no era un cantar sino reflejo de tinieblas. No quería a nadie, no confiaba en nadie ni siquiera en ella. Su refugio era su piel, sus cabellos eran su velo.

La acusaban de bruja, pues todo de ella daba ese frío, ese temor, La acusaron de traer mala suerte con su venida, la acusaron por sus heridas, la matarían por su locura, por su belleza y su soledad.

El Rey, viejo y desganado, estaba en poder de la corte que manejaba todo a su antojo, y así juzgaron a la muchacha, decretaron su muerte.

El día estipulado llegó, nuevamente los gritos, nuevamente el dolor; había quienes estaban a favor, había quienes no, pues todo ello significaba más que su muerte, más que una guillotinada, más que un segundo.

Ella entro en la escena, el pueblo entero la contemplo y parte de él la repudió acusándola de hechicera, acusándola, señalándola, apuntándola. En ese momento ella, sólo ella, miró a los cielos, que después de tanto tiempo volvía a contemplar en su inmensidad.

Alguien saltó a la tarima, alguien que no se podía definir, pues todo cubierto estaba; saltó hacia ella sacándosela de las manos al verdugo, en ese mismo instante, muchos como él salieron de la multitud.

La gente se dispersó y sólo ellos, los encapuchados, se enfrentaron al poder de la corte con espadas resplandecientes.

El hombre que había tomado a la Doncella desvalida se la llevó sobre un corcel, mientras ella resignada a no hacer nada comprendió que allí, sólo allí, era un objeto más en un tablero de ajedrez.


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