domingo, 27 de diciembre de 2009

La historia del Príncipe que no sabía amar

En unas tierras que se posan más allá del límite del horizonte, sobre una capa de cálidos algodones que nievan cada año, corría descalza Niel, uno a uno sus pasos sobre aquella espesa capa blancuzca, se separaban uno de otro entre saltos. Niel corría rápida y raídamente, por un sendero libre de vegetación, por un camino en una dirección. A la vera del camino grandes pinos y diversos árboles verdes se cernían en multitud, apiñados, tal vez viendo la belleza que pasaba por allí.
Pues si, Niel era una belleza y una rareza a la vez.
Corría veloz, con un vestido de colores cálidos, rosa y blanco. Sus telas se extendían hacia alrededor cubriendo su cuerpo curvo, inimaginable de esplendor, varias cintas del color de su vestido se cernían en su cintura ajustándola.

Paso tras paso mas veloz iba, pareciera que llevaba consigo un mensaje importante, los pinos se consultaban entre ellos porque aquella princesa iba tan veloz, porqué aquella princesa iba sola, porque aquella princesa cruzaba ese sendero.

Los cabellos de Niel se regocijaban en el viento, eran castaños, pelirrojos, negros, no sabría decirlo, y poseía una coronilla de plata que los mantenía a raya, pero eran tan largos y lacios, hasta debajo de su cintura y volaban detrás de ella como alas en el viento.

Brinco tras brinco, algo llevaba consigo, de algún lugar vendría. Sus ojos fijos hacia el castillo, eran del color del café.

Lejos al final del camino por donde se dirigía se encontraba el castillo del Gran reino del Nosí. Allí habitaba un joven príncipe que aún no había sido coronado como Rey, pero el único heredero al trono.

Tan pronto como Niel llego a los límites exteriores del castillo, las huestes del mismo la divisaron, y dieron aviso de la llegada de un individuo, de telas rosas. Era inconfundible
que era ella.

- Debería haber llegado en una carroza con sus guardias – comento uno de los caballeros, mientras la divisaba en la lejanía, y en tanto decía esto observó como la pequeña dejó de avanzar – Avisar al Príncipe de Nosí, partiremos al encuentro!.

Una pequeña hueste de caballeros junto al mismo Príncipe que al ser avisado, no dudo ponerse en marcha, vistiose con prendas verdes, ciño su espada a la cintura, y se puso una armadura simple. El Príncipe de Nosí era de un temple respetable, una amplia sonrrisa en los momentos duros, sus cabellos dorados y enrulados conformaban su rostro, y sus ojos del color verde y miel.
Llegaron al lugar donde Niel había caído, de agotamiento, estaba boca abajo, respirando agitadamente sobre una espesa capa de algodón.

El Príncipe bajo primero de su montura, y le dio vuelta entre sus brazos. Sabian que Niel llegaría de visita a su reino, pero no de esa manera. La cargaron, inconsciente y la llevaron hasta el castillo, donde el mismo Príncipe le dio una habitación en el interior de su morada.

En una cama blanca, con sábanas blancas, con paredes blancas, y pequeños detalles dorados, allí fue donde Niel despertó. El sol entraba raído por la ventana, atravesando las cortinas que flotaban con la brisa matinal. A un lado de su cama vio a un hombre de vestimentas verdes, sentado, tomándose el rostro con una mano durmiendo profundamente. Aquel había estado toda la noche velando por ella.
Aciel se encontraba allí, Niel se levanto en su cama y se sento, acomodando las sábanas a su alrededor. Al no verlo despierto, lo sacudió del hombro.
Aciel despertó, un poco confundido y adolorido por haber dormido en el asiento, en vez de en una tersa cama. Al despertar contempló a Niel, y se paro de repente, acomodando sus ropas, y con un cortez saludo se presentó.
- Bienvenida Princesa Niel, la estábamos esperando, ahora esta en una habitación de mi castillo, en el Reino de Nosí, mi nombre es Aciel, Príncipe de Nosí.
- Gracias por darme tan grata bienvenida, y por haber velado usted mismo de mi sueño, usted ya sabe por lo visto mi nombre, asi que le debo el agrado de presentarme.
- Pues bien, Niel, te hemos encontrado con mis hombres caída en el camino. En verdad sabia de tu venida por la carta de tu padre, pero creía que no vendrías a pie sino en una carroza como es debido.
- Así era, pero fuimos interceptados, alguien intercepto el carro, pero antes de darme cuenta uno de mis hombres me había empujado por la ventana, y así caí en el camino, vi a los caballos, saltando espantados y de repente, no vi nada. El carro había desaparecido, junto a los caballos y a los hombres de mi padre. Tan solo salí corriendo tan rápido como pude de aquel lugar, que no tenia ya nada. Ya estábamos cerca de sus tierras así que continúe el camino que tomábamos y pude divisar el castillo, vine hacia aquí buscando refugio.
- Y lo has encontrado, en verdad me sorprende tu relato, que tan pronto como habías caído la carroza desapareciera, es un relato extraño, pero certero, últimamente en las inmediaciones de mi reino las cosas van desapareciendo, alguien las esta quitando, dejando nada.
- Deberias estar preocupado entonces, tal vez algun dia sobrepase los límites y llegue a tu reino.
- Si, en verdad así es, alguien quiere dejarme sin nada…

Una sombra se ciño sobre la mirada de miel de Aciel, y miró hacia la ventana a tierras mas lejanas de la vista, y allí se quedo tildado unos instantes, antes de volver a moverse, saludando a Niel y anunciándole el horario del almuerzo y el lugar de la habitación se retiró.

Niel había ido a quedarse una temporada en aquel reino, pues en sus tierras azotaban fuertes tormentas que ella y su fragilidad no podía soportar. Su padre lleno de buenos amigos decidió enviarla a Nosí, pues en tiempos de antaño había sido gran amigo de su Rey, y sabía que la trataría como a una hija más. Pero las cosas por allí habían cambiado. El Rey se había alejado demasiado de aquellas tierras y hacia años, nadie sabía donde estaba y no sabían si regresaría, el Príncipe estaba a punto de ser coronado, pero aún no lo había sido. De todos modos, el administraba y gobernaba sobre todos.

Así fue como Niel se hizo andar por aquellos jardines sobre alfombras de algodón, saltando por entre todos ellos, felizmente. No habia vuelto a ver al Príncipe, pero el si a ella, pues la contemplaba desde su recámara, desde una ventana alta que apuntaba hacia los jardines, la veia saltar, y llenar de alegría el lugar. Simplemente saltando era feliz aquella criatura, y le intrigaba por completo, pero la sombra se posaba nuevamente en su mirada si contemplaba más allá del horizonte donde poco a poco iban dejándole nada.

Niel se interesó por saber más del Príncipe y a cada uno preguntaba algo acerca de él, dónde estaba, que pasillos recorría, cuales eran sus gustos, y sus disgustos. Llego a hablar con la más cercana a el, sin saberlo, una feliz empleada del castillo, que lo crió como a su niño desde que el pequeño nació, aún teniendo tres hijos más. Se hicieron grandes amigas, su nombre era Ciadi y a menudo podía sacar alguna información de ella. Pero así es como supo que aquel Príncipe fue un enamorado, o tal vez aún lo era, pero le habían quitado el corazón en una historia terrible. Una mujer fría, de largas manos desde lejos muy lejos le estaba dejando sin nada.
Al parecer habían sido buenos compañeros en otros tiempos pero hoy ella era la Reina de la Frialdad, y se encontraba más allá de los limites, el gran tesoro que añoraba era el corazón del Príncipe, pero apenas lo había podido rasgar, aunque le quitó una gran parte en una oportunidad, hace lejos, y hace tiempo.

Niel se quedó pensando muchas noches en aquella historia, y aunque nunca había sabido del amor, ni como era, ni como se sentía, creyó que no era amor aquel que te quita, y te va dejando nada, creía que amor verdadero era aquel que da y espera a ser aceptado.
Así fue como Niel vio que a Aciel le faltaban cosas, que tenia un gran vació, y quiso intentar llenarlo. Dejó de pasear por los jardines y se paseaba constantemente por los pasillos del castillo esperando encontrarlo.
Aciel vio que ella ya no recorría los jardines y una pena le pesó en el corazón pues de alguna manera se regocijaba siempre con su vista, aquella pequeña saltarina le daba alegría a su dia.
Niel recorría todo el castillo, por la mañana y el día, pero no lo encontraba, en nuevos recovecos se metía, y una noche al regresar cansada de tanto recorrer a su alcoba, alli al lado de su puerta estaba Aciel.
Al verla sonrió felizmente, cosa que cada vez ocurría menos a menudo, y le extendió una mano, que ella tomo cortésmente.
- Hoy pequeña Doncella la invito a cenar conmigo.
- Que gran honor!, gracias mi señor, pero debería cambiarme pues estas prendas las use todo el dia, y quisiera lucir bien, y…
- No os preocupes, a mi no me incomoda, solo seremos tú y yo.
- Lo eh estado buscando estos días, ¿Dónde se había metido?
- Lo mismo digo yo, - dijo Aciel llevándola del brazo por el pasillo – te diré que usualmente miro por la ventana y te veo recorrer los jardines, pero ya no te encontré allí.
- Lo siento, es que decidí buscarlo.
- Entonces en algo coincidimos, nos estábamos buscando. – En diciendo esto abrió las puertas de una sala donde la mesa estaba servida.

Los días que siguieron habían creado una rutina distinta, en las mañanas quien despertara primero iba a la habitación del otro, para acompañarse en el desayuno, en los horarios de trabajo Niel iba con Ciadi y mas tarde Aciel pasaba a buscarla para el almuerzo, las tardes las pasaban juntos charlando y regocijándose en risas, cenaban juntos nuevamente, y cada uno se recostaba en su habitación.
A veces Aciel se quedaba en la recámara de Niel hablando hasta que ella se dormía.
Aciel y Niel tenían mucha charla, pues tenían muchas cosas para contarse, ambos eran de reinos distintos y hablaban de ello y en las coincidencias que tenían, ambos recorrían la misma edad, y se hablaban de sus diversas experiencias, y ambos les gustaba el arte y comentaban siempre temas de cultura, hasta en las tardes de domingo podían juntarse a dibujar y pintar algunos bocetos. Se contaban historias antes de dormir, y su vida de repente, poco a poco estaba cambiando.
Niel oyó hablar de aquella mujer por boca de Aciel, le dijo que con sus manos lejanas, le habia arrebatado gran parte del corazón, y que lamentaba no tenerlo, que poco a poco ya no podía ofrecer nada a los demás. Niel se enojo furiosa, como cada vez que empezaba a hablar de ella, pues sabia que eso no podía ser verdad, pues Aciel le estaba dando algo muy grande a ella, que segura estaba, aquella Princesa de la Frialidad nunca podría obtener. Intentaba convencer a Aciel que las cosas no eran asi, que el podría vencer sobre su sombra, pero constantemente y poco a poco el se iba convirtiendo en nada. La gran sonrisa que podía crearle Niel todos los días, dejaba mas lejos aquel destino.

Una noche Aciel le dijo que Frialidad lo habia llamado, y acudiría a su encuentro. A Niel se le encogió el corazón y ofreció acompañarlo, pero Aciel debía enfrentarlo solo y no quiso. Niel espero su regreso en las puertas del castillo y nadie pudo moverla de allí.
Al caer el día Aciel regreso, esta vez ya sin el brillo en sus ojos, aún más vacio que antes. Bajo del corcel, con una mirada fria. Niel corrio hacia el y lo tomo de su mano, no tenia pulso.
Aciel la miró, y la llevo en silencio a su recámara. En la noche le contó que le habia quitado el corazón entero, pero que las cosas no seguirían desapareciendo en la Nada, Frialidad ya tenia lo que quería. Y el Príncipe se aparto y se fue a su recámara.
Por unos dias parecío estar en otro lado, pero Niel no se daba por vencida, intentaba sacarle sonrisas, y hasta a veces parecía que lo lograba.

Constantemente le repetía que lo que había dado no era su corazón, que nunca se lo podrían quitar así como así, y lo tomaba de las manos y lo llevaba a recorrer los inmensos jardines. Aciel la seguía, simplemente, con un gran frío, pero nunca la abandonaba, siempre caminaba a su lado.

Una de esas tardes, Niel habia preparado galletas, y unas exquicitas comidas para llevar a los jardines, y lo preparó con sus manos para Aciel a quien le habia dicho que debia de informarle algo realmente importante, y que se lo recordara. Se sentaron juntos a comer y a continuar su interminable charla.
Aciel en un momento de silencio le dijo.
- ¿Qué es aquello tan importante que debias decirme?
- Pues es algo bastante, difícil de explicar y espero que lo entiendas… - Niel, se encogio, y sus manos comenzaban a temblar, Aciel le tomo las manos para que se tranquilizara, y Niel sonrio. – Es algo que empecé a sentir aquella tarde en la que habias velado por mi sueño, - Aciel la contemplo extrañado – Yo no creía que fuera así, pero no puedo soportarlo más y necesito descargarme. Desde hace tiempo lo eh visto, y necesito decirte algo.
- Anda dime, no ah de ser tan difícil.
- Lo es. Aciel, en algun momento deberé retornar a mi pueblo, pero eh estado pensando… en que…
- ¿En que?
- En que… lo único que anhelo es en despertar todos los días y verte.
Aciel se quedó consternado con aquella declaración.
- No puede ser, - dijo – no puede ser, no puede ser, - repitió constantemente.
- En verdad és. – Y las manos de Niel se transformaron en mármol, frio, bajo las manos de Aciel, sosteniéndolas.
- No puede ser así, no puedes enamorarte de mi, estas equivocada niña, yo no puedo darte nada.
- Pero yo si, puedo darte mi corazón. Y quiero hacerlo.
- No niña, no puedo aceptarlo, no tengo nada para dar.

Y Niel contemplo sus manos de mármol, unidas a las de Aciel.

- Aunque, en verdad, no quiero que te vayas, no me puedo ir, me quiero quedar aquí.

Las manos de ambos se hicieron de mármol quedándose unidas. Pero tan pronto Aciel soltó a Niel al llegar a la recámara de su habitación, pudieron despegarse.

Niel descansó esa noche con una gran paz interior, pero los días venideros serian inquietos. Las manos de Niel y de Aciel se habían vuelto de piedra, aunque podían moverlas, pero su piel era de mármol.
Todos habían notado aquél cambio en los dos, y comenzaba a comentarse en los pasillos del castillo, su cambio. Ellos hacían oídos sordos y continuaron realizando las actividades que siempre realizaban, como si nada.

Pero los días de la partida de Niel se acercaban, y cada vez quedaban menos dias de aquellos en los que ella despertaba y podía contemplar a Aciel. Una mañana corrió a su habitación para despertarlo como solían hacer. Pero Aciel estaba muy dormido y no despertó. Niel se recostó a su lado, y dormito un poco, pero tan pronto como pudo Aciel estaba sobre ella, tomándola del rostro y dándole el más suave y dulce beso que podría haber existido en el mundo. Niel disfruto de cada instante de aquel beso, que volvió al instante a repetirse cuando sus bocas intentaron apartarse no pudieron hacerlo tan fácilmente. Aciel sonrio con los ojos cerrados, degustando tal elixir, y Niel se quedo consternada pues tanto lo habia deseado, pero no podia creer que estaba sucediendo.
Aciel despertó, y Niel le preguntó que habia hecho. Aciel no respondio pues no recordaba haber besado. Niel se negaba a creerle y se ofendío muchisimo al verle negar los hechos.

Niel lo miró fijo y le dio una cachetada, y salio corriendo de la habitación.
Los días pasaron y ella no volvío a la habitación de Aciel, tampoco lo busco por los pasillos, ni se acercaba a los horarios de comida. Aciel decidio escribirle un pequeño mensaje que le hizo llegar Ciadi, preocupado, preguntandole a Niel cómo estaba.
Niel respondió cortésmente, pero con pocas palabras dijo estar bien.

Aciel se dirigio una noche a su habitación, la puerta estaba entornada, y la contemplo durmiendo, descansando con el rayo de luna en su cara. A escondidas, como podía intentaba saber cómo estaba a diario. Esa necesidad de saber que le sucedía a ella empezó a hacerse cada día mas fuerte, y mas preocupante para sí. Al despertar solo preguntaba como estaba, y le enviaba cartas diciéndole que había sido de su día.
A veces Niel respondía, a veces no, pero ella ya no quería acercársele. De hecho, no podía.
Aciel se dirigió hacia su habitación y golpeó las puertas.
- Niel, necesito verte, por favor, ábreme.
- No Aciel, no puedo abrirte.
- Niel, por favor, necesito hablar contigo, quiero verte.
- No Aciel, no insistas no puedo. – le respondía a través de la puerta.

Aciel sin respnder pateó las puertas con tal fuerza que se abrieron de par en par, y allí la vio reposando en la cama.

- Te dije que no podía abrirte. – Le dijo ella desde la cama, con lágrimas en los ojos, sus cabellos, tan largos y lacios la rodeaban, y no se movía mas que sus labios. Su tez era cada vez mas clara, más palida.
- ¿Que te haz hecho? Que te sucedió, dime, por favor, no puedo dejarte asi. – Niel lo miro, con una sombra en la mirada, que apenas brillaba con las lágrimas que rodaban por su rostro.
- Fue mi culpa, yo desée verte todos los días, y no alejarme de aquí, yo desé quedarme cerca de ti, y no dar un paso más lejos. Pero así como lo desé se cumplió, el no poder dar un paso más lejos. – y Niel se quitó las blancas sábanas de encima y le mostró sus delicados pies a Aciel.

Se habian vuelto de mármol, como sus manos, de piedra, pero eran pesados y no podía ya caminar muy lejos, le costaba horrores cada paso, y no solía salir a menudo de aquella cama. Aciel quedó estremecido, toco sus pies, y comprobó que ahora eran de piedra, y miro a Niel, pálido, desdichado, y la tomo del rostro.

- No seas torpe, no te hagas esto, si sabes que lo que me hace feliz es verte saltando por los jardines…

Niel se hechó a llorar, y Aciel la abrazo fuertemente.

Cuando Niel se calmó de tanto llorar, se quedó dormida, Aciel la tapo con las mantas y veló por su sueño. Ciadi paso por la puerta en ese momento y lo vió, lo llamó desde el pasillo.

- Ven mi pequeño, ¿Te has enterado ya verdad?

Aciel la abrazó fuertemente, con una gran pena en el corazón.

- Dime, ¿Que puedo hacer? ¿Ya no hay nada que pueda hacer?, No puedo dejarla así, debo ayudarla.
- Sabes cual es el remedio mi niño, sabes cual es el unico remedio ante estos casos, sabes que es lo que todo lo cura, y todo lo destruye.
- Lo sé, pero yo eso no puedo ofrecer, no lo tengo, lo eh dado todo.
- No todo, aquí te estan dando todo a ti.
- Ya sé, se lo que necesito, debo ir a buscar lo que es mío.
- No, no te atrevas a volver a las sombras, no te atrevas a volver allí.
- Debo, Ciadi, tengo que salvarla.
- No se lo has entregado del todo, ella no tiene nada que sea tuyo.
- Si lo tiene, lo tiene en verdad…

Y Aciel, sin escuchar mas palabras, partió del castillo aquella noche, más allá de los límites de su reino.

Niel desperto sobresaltada, difícilmente pudo levantarse hasta la ventana, cada paso era más pesado que el otro, como quien lleva una gran carga. Pudo divisar recortado con la luz de luna la figura de Aciel dirigiendose hacia el reino de la frialidad.

Niel se asusto, y tomo una capa negra, con la que se cubrió para no ser reconocida. Salió del castillo caminando lentamente, aunque cada paso era una práctica más y podía acelerar cada tanto. Sus pies hacían lento su andar y se hundía entre la nieve de algodón a cada paso.

Aciel estaba pronto a llegar al Reino de la Frialidad, cuando Niel cruzaba las fronteras de Nosí, y se internaba en un gran bosque.
El corcel de Aciel fue tan veloz como pudo y a las puertas del castillo se detuvo. Aciel golpeó y llamó a gritos a Frialidad. Las puertas se abrieron y delante de el, la vió, Vestía de negro, un vestido tan tétrico como frió era su lugar, se encontraba sentada en su trono, y con sus uñas de negro tomaba su corazón en la mano, la sangre se derramaba entre sus largos dedos, y lo mordió como una manzana. Aciel se retorció, y cayó del dolor, un fuerte dolor en su pecho lo derribó.

- Tú no puedes hacerme esto, devuélvemelo!
- Ya no es tuyo, no te pertenece.
- Es parte de mi, y es mío, nada has dado tu a cambio, me pertenece, ladrona! Devuélvemelo.
- Te eh dado parte de mi preciado tiempo en la tierra que no has sabido aprovechar, años te espere, y esto es lo que te mereces, que me coma tu corazón. – respondió Frialidad y nuevamente dio otra mordida, desgarrando una parte del mismo y masticándola.

Aciel que apenas había podido ponerse en pie, volvió a caer, y de su pecho comenzó a brotar sangre. Intento pararse nuevamente, estabilizándose en cuatro patas, pero Frialidad, volvió a morder su corazón, comiéndoselo poco a poco y degustándolo y derramando su sangre por su boca, su cuello y sus manos.


Niel tras pasar el límite, comprobó que la fuerza de su interior era lo único que contaba allí, y sus pasos se hicieron más livianos, y rápidos, continuaban siendo sus pies de piedra, pero pudo correr como antes lo hacia entre los jardines.
Al fin llego al castillo de Frialidad, y comprobó que se hacia llamar Reina, pero no poseía ningún Reino, pues tan solo dominaba una pequeña comarca en la costa de un río. Al llegar al castillo vio las puertas abiertas y entro.
Allí tirado en la entrada se encontraba Aciel, inconsciente, con el pecho abierto y sín corazón. Vió hacia delante y Frialidad se chupaba los dedos acabándose de comer su corazón.

- Oye tú y oigan todos en el mundo! – grito fuertemente Niel, poniéndose de pie – No te has comido su corazón ni siquiera lo has obtenido por toda tu vida, no has ganado nada haciendole tamaño mal. Pues no puedes obligar a nadie a amar, como tampoco puedes aprovecharte así de quien ama. – y Niel quebró en llanto y cayó de bruces junto a Aciel tomándolo en sus brazos. – No puedes obligar a amar, tan solo puedes dar lo que tienes, y esperar a ser aceptado.

Y diciendo esto, Niel desató las cintas de su vestido y abrió su pecho con la espada de Aciel, poco a poco, con pequeños cortes, se quitó parte de su corazón que brillaba como una estrella, y lo colocó en el pecho de Aciel.

- ¿Que demonios haces criatura? , ya esta hecho, tu corazón no es el suyo, ya esta perdido en las sombras y así se lo ha merecido.

Y con una mirada desafiante, pero angelical Niel la miro sonriendo, diciendo.

- A menos, que acepte mi corazón, y mi corazón será suyo. Tú ya has cumplido tu cometido, me llevo lo que de él queda.

Niel tomo el cuerpo de Aciel que contenía dentro de su pecho el corazón de Niel y con las fuerzas que pudo lo sacó del castillo.
Aciel comenzó a despertar, y su pecho se cerró, como el de Niel, con el mismo corazón.



Celeste Marina Fasio