jueves, 18 de septiembre de 2008

La Doncella de las Mangas Amarillas

Capítulo 3

Con su escasa edad, ella andaba sola, vagando entre las flores pues allí, en ese momento, ella no era de mayor importancia, nadie la pía, nadie la seguía ni percibía, y cansada de tal ignorancia, nuevamente salió del castillo y entró al bosque con la intención de hablar con ella, su única pariente, su única sangre, su única amiga, la Tierra.
Caminó unos metros en el interior del bosque cuando se topó con aquel muchacho que caminaba viendo las plantaciones, los grandes árboles tal como ella. Vestía un pantalón gris, una camisa no muy clara y un chaleco marrón, su cabello era corto y negro como las penumbras, sus ojos, también negros brillaban como reflejo de luna, pese a que aún no había salido por encima del mundo, y ella pensó que él la guardaba en sus ojos, hasta que llegara la noche.
El muchacho con quizás unos pocos años mayor que ella, le sonrió, una sonrisa cómplice y de bienvenida y con sus cejas y su mirada le hizo un gesto como invitándola a algún juego,… en ese momento comenzó a correr entre los árboles del bosque.
Siguiendo su juego, la niña salió corriendo tras él, tan solo veía las ramas que se movían tras el paso apresurado del muchacho. En su persecución parecía que los árboles y rosas no quisieran que continuara, quizás por protegerla, quizá por resguardar un secreto, con lo cual las ramas la golpearon, la mordieron las espinas, con fiereza y brutalidad, pero ella continúo; ella lo siguió, lo corrió, lo persiguió.
Al fin llegó a un claro en las profundidades del bosque y el arrollo se había transformado en un pequeño río, y la cascada resonó con su canto, en medio del agua color plata.
No encontró al muchacho, lo buscó, pero no halló nada y en ese momento algo surgió de las profundidades no muy hondas del río, era el joven.

Desnudo de torso, y con sus cabellos, ahora blancos, y sus ojos como perlas plateadas, surgió del agua, intentando levantarse con mucho cuidado, y mucho dolor, pues se mantenía en una posición fetal. De repente comenzó a gritar, un grito desgarrador…temblaba todo su cuerpo, gimoteaba del sufrimiento y tapaba su rostro entre sus manos tomando su cabeza, como quien se resguarda al saber que alguien le va a golpear.
De repente y suavemente…salieron, entre gritos de dolor y sufrimiento grandes huesos, como colmillos de elefante de su espalda, eras alas, pero alas como huesos blanquecinos; tan solo un armazón. Salían de su espalda por encima de sus omóplatos, sobre su cabeza, y desde sus costillas hasta por debajo de su coxis, rasgando sus ropas, eran alas, alas de hueso.
Cuando los huesos terminaron de crecer se mantuvo un largo rato en posición fetal temblando de dolor, mientras ella atónita y petrificada miraba el hecho.

El muchacho se paró, y mirando la cascada le dijo:
- No sabes cuanto duele ser yo, pero así soy y lo acepto…
El joven tendió su mano hacia ella para que la tomara.
La niña ahora temblaba y casi sin darse cuenta dejó caer una lágrima de sus ojos y con una leve sonrisa le dio su mano.
- Mi nombre es Arren –le dijo, y ella se mantuvo en silencio.
Tiró de su mano y la tomó entre sus brazos, tomándola fuertemente y se arrojó con ella al río.

Lo miró mientras estaban sumergidos en el agua, él brillaba con luz propia y por encima del río algo pasó, algo que le heló la sangre y heló el agua. Una sombra negra se cernió sobre ellos y lo único resplandeciente allí era Arren.
Al darse cuenta de ello, la niña, con la mano libre que tenía y con la cual unos instantes antes intentó safarse, lo sujetó en un abrazo, fuertemente tomó con su mano a un gran hueso que salía de la espalda del joven. Ante este hecho, y contemplando su temor, Arren la abrazó más fuertemente dándole su calor y haciéndola dormir…, quién sabe como, bajo esas aguas plateadas.

La niña despertó, era de noche y estaba acostada a orillas del río, pues oyó su canto. Al abrir los ojos notó que Arren aún la abrasaba, pero ahora volvía a ser aquel muchacho de cabellos oscuros y ojos negros resplandecientes.

-Deberías de volver –decía Arren- te estarán buscando o esperando.
A lo que la niña respondió:
-No es así, allí nadie me espera o busca, solo tú me buscaste y me esperaste –y en diciendo esto, abrazándolo se quedó nuevamente dormida entre sus brazos con una leve sonrisa perpetua, a partir de ese entonces, en sus labios.

Quizás había encontrado un amigo.

No hay comentarios: