sábado, 19 de junio de 2010

Y el amor, una excusa para escribir novelas

“Me estoy rindiendo, no puedo ya no puedo más” dijo suspirando intentando no caer, con las pocas fuerzas que le quedaban, se apoyaba en el borde del balcón que salía de su habitación y miraba hacia el infinito del cielo, en busca de una luz en la oscuridad de la noche, miraba hacia tierras lejanas que se encuentran más allá de lo que toca la luz de luna.
Algo cerraba su garganta y apretaba su corazón, dejándolo casi sin existencia, un vacío en el pecho, tanto que el aire podría alzarla y llevársela como si fuera tan liviana como una pluma, o como un panadero que lleva el viento hasta algún lugar.

Sus cabellos morenos flotaron con la brisa que se llevaba los pocos rastros de su risa. Anhelaba aquello que no pudo aferrar con fuerza, pues era tan raído y rápido como un suspiro como un rayo de sol que se cuela por la ventana, calienta la cama y luego al anochecer se va para no volver jamás.

Su mente a lo largo de los años se había perdido en las profundidades de recuerdos, que se trasformaban en ilusiones y sueños, cada vez más alejados a la realidad que había sido.

La veían todos perdida, y cambiada desde su regreso a casa.
"Y así es, las mentes de aquellos que están en diferentes lugares viajan al lugar del otro..." supo decir una amiga suya, la Bruja, la Sombra se hacía llamar, al verla mirar una y otra vez los ocasos de cada día.

Esa muchacha solía tener la luz en sus ojos y una sonrisa imborrable, rápidamente se notaba su nostalgia cuando aparecía.

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