martes, 23 de septiembre de 2008

Mi triste chacarera

Cuando te fijaste en mí
yo se que no era de aquellas
que se pintaban el rostro
de sonrisas ajenas

Dicen que ya no soy igual
que algo en mi ah cambiado
pues esta copa me la tomo
por haberte olvidado

Dicen que algo perdí
en un rincón lejano
que no se enteren lo que sufro
esta noche no doy el lujo

Mira que te lo advirtieron
oíste bien que lo dijeron
aléjate de esa piba
no es para almas perdidas

Me comí todos sus versos
creí en todos sus cuentos
y aquí me quede hipnotizada
en otra noche sin luna

No hay luz ya lo sé
y no vengas a encenderla
esta tristeza que me invade
me da una vida entera



Y así también me perdí yo
buscándote en rincones
donde nunca te encontré
pero yo halle mi locura

Si hoy me falta la cordura
dí feliz que es culpa tuya
que otra copa se deslice
en mi garganta amargura

lunes, 22 de septiembre de 2008

Tormenta de septiembre, antes de la primavera...

Siempre quise decirte tantas tonterías desde el día en que partí.
Decir cosas que tal vez se olvidarían, como cualquier enfermedad.
O decirte que para mi si fuiste especial.
El único con quien eh deseado y eh podido despertar.
El único con eh soñado y eh podido dormitar.
Si, todavía el único.

Y decir esto no es que sirva de consuelo, es para saber que al menos, lo dije.
Pero tal vez sea mejor guardarlo, guardar esos recuerdos, que de un lado valen y del otro nunca se sabe.

Atesorar recuerdos para recordar que alguna vez bajo un cielo fui bella para ti.
Atesorar segundos que conté donde estabas junto a mi.
Atesorar palabras y fotos que con el tiempo se arruinan.
Y atesorar cada palabra que intenta vincular tu vida con la mía.

Creer que todavía existe un poco de mi en ti,
es una fe que ayuda a vivir,
que me puede hacer feliz.

Tanto más esta pena no sirve para amortiguar más lágrimas que risas que se fueron por ti, tanto más esto no sirve para nada,
tanto mas no puedo hacer nada.

Intento creer que algún día cambiara, que puedo seguir así mintiéndole al espejo otro año más.

Queriendo verte a diario al despertar,
como lo hice por única vez contigo
es que se mantiene en frio
mi corazón curtido...

Yo misma pido que digan cuando ya no quiero ni escuchar,
quiero gritar y ya no me van a oír.

Decir y decir cosas, no significa que lo exprese en verdad, pero eso creo que ya lo comprendí.

Tal vez no sirva de nada,
cada canción compuesta o carta redactada,
ni cada cuento en que te invento,
ni cada melodía en que te siento,
ni cada recuerdo en que te transformo,
ni cada noche en que te pienso.
Tal vez solo sirvan para quedar estancada...

Pero aún así, tal vez si... muy adentro yo sé, y tú... tú lo sabes.





Mis días sin ti
no tienen noches
Si alguna aparece
Es inútil dormir

Cerebro, ayuda a olvidar a mi corazón, que es tan tonto que todavía se resiste...

domingo, 21 de septiembre de 2008

dejando las cosas pasar...

Sentada en la cama
entre sabanas blancas
recuerdo las voces
detrás de las paredes

A los gritos estruendosos
dolores que enceguecen
dicen que fue tu amor
el que me dejo sin creces

El brillo ya se fue
hasta de mis cabellos
Estos ojos ya no miran
a más de mil cielos
ven todo
y empiezan a llorar

Donde deje el tiempo pasar
dejé a una amiga en un funeral
desde entonces no recuerdo
que era jugar

Donde escondo esas ganas
locas ansias de volverle a ver
meto sonrisas que tapan
todo lo que paso ayer.

Te regalo una idiotez
para denigrarme un poco más
desde entonces no recuerdo
que era cantar

Toma lo que queda
desde los harapos hasta el telar
esas telas ya no me las pondré
ni me los podrán quitar

Toma lo que queda
de esta niña ciega
creo que los cambios
me quieren hacer vieja

Y aquí ya no volvieron,
se fueron esos días,
aquí quedo estancada
en una cama vacía.



Quizás algún día vuelva en esta vida a ser la mía.

jueves, 18 de septiembre de 2008

La Doncella de las Mangas Amarillas

Capítulo 4

Se quedó con Arren largos años en la casa de su hermana, la Tierra, en el bosque. Tanto tiempo pasó quizás cinco años que nadie la recordaba excepto su padre que con su vejez parecía delirar y se la tomó como una leyenda. Nadie la recordaba pues no era conocida y era de perfil bajo. El Rey al ver su pronta muerte la recordó y otorgó recompensa para quien la llevara con vida a sus pies.

La niña se convirtió en joven y creció junto con Arren.
Cada día ella jugueteaba en el bosque y la Tierra le enseñaba su sabiduría, Arren en esos momentos desaparecía iba al pueblo como un muchacho y regresaba con noticias del reino y con lo que precisaban para su vida (víveres, prendas, y otras tantas cosas), elementos que los obtenía a cambio de plata, plata que obtenía del río.
Habían construido con sus manos una casa en la cual vivían, una pequeña cabaña.
Arren ahora era un joven grande y fuerte, y la niña con sus años era más hermosa, tal como el buen vino.

Arren regresaba del pueblo con un rostro triste y pálido mientras la muchacha lo esperaba en la puerta de la casa perdida en medio de las profundidades del bosque.
Llegó antes del anochecer y le dijo:
- Ahora te buscan y ofrecen recompensa, te quitarán de mi lado, y me quitarán de su camino.
- No, no digas más, yo elijo quedarme contigo –y lo estrechó entre sus brazos.

Al día siguiente encontró a un joven arquero merodeando por el bosque en la espesura, pero, por suerte y gracia de Dios se despistó del camino y fue hacia otro lugar.

Arren estaba llegando proveniente del río, a la luz del aura, con sus cabellos blancos flameando en el viento, y sus alas de hueso a cuestas. La joven salió corriendo a su encuentro… lo aferró fuertemente a su pecho.

-Arren hoy los vi, están buscándome, temo por tu vida… a mi no me matarán, pero, ¿A ti? No quiero dejarte –al terminar aquella frase, apoyó suavemente la cabeza sobre su pecho.
-Calma –dijo Arren- tengo algo que decirte…-y tomó su dulce rostro entre sus manos – Siempre estaré contigo, te he de decir el gran secreto que guardaba la Tierra… somos un todo, y debes aceptar ser quien eres.
La muchacha intentó decir algo, pero Arren la besó de improviso, jamás la había besado y le entrego parte de su alma en aquel beso.

En la noche siguiente a aquel día, Arren fue nuevamente al río por su transformación que sufría cada día y la joven lo siguió en secreto.
Los caza recompensa buscaban en aquella noche a la Doncella y ante los quejidos de Arren fueron atraídos al río.

Un arquero saltó a la escena justo al final de la sufrida transformación de Arren, tomándolo por un monstruo y amenazándolo con el arco.
La joven no resistió esto y saltó delante de Arren dejando atrás su escondite, y con mirada amenazante dijo que dejara su arma.
El arquero tendió el arco y temeroso Arren se interpuso delante de la Doncella y el arquero disparó su flecha.

Arren con un gran gesto de dolor salvó la vida de la joven y la flecha lo atravesó dejando correr sangre plateada de su ser, y pese a ello, aún continuaba en pie, con mirada amenazante. Otro caza recompensa desde otro punto intentó tomar a la joven y raptarla, pero ella se aferró como siempre lo hacía a Arren, y la flecha que lo atravesaba, la atravesó a ella también como así también se incrustaron en su delicado cuerpo, atravesándolo, las alas de Arren… y se mezcló su sangre roja con la plata.

Arren cayó junto con la muchacha al río, pues sus fuerzas dijeron “basta”, y se esfumó en el. La joven, sorprendida de aquel hecho tuvo un ataque de nervios, mientras su sangre seguía corriendo y su fuerza se iba yendo.
Los caza recompensa, llegado un momento, consideraron que estaba muy débil como para causarles daño y se la llevaron de aquel lugar…
La muchacha gritaba de dolor y sufrimiento, hasta que por la pérdida irreparable de Arren, y el dolor que sentía su cuerpo, se desvanecía y se desmayó en el trayecto.

La Doncella de las Mangas Amarillas

Capítulo 3

Con su escasa edad, ella andaba sola, vagando entre las flores pues allí, en ese momento, ella no era de mayor importancia, nadie la pía, nadie la seguía ni percibía, y cansada de tal ignorancia, nuevamente salió del castillo y entró al bosque con la intención de hablar con ella, su única pariente, su única sangre, su única amiga, la Tierra.
Caminó unos metros en el interior del bosque cuando se topó con aquel muchacho que caminaba viendo las plantaciones, los grandes árboles tal como ella. Vestía un pantalón gris, una camisa no muy clara y un chaleco marrón, su cabello era corto y negro como las penumbras, sus ojos, también negros brillaban como reflejo de luna, pese a que aún no había salido por encima del mundo, y ella pensó que él la guardaba en sus ojos, hasta que llegara la noche.
El muchacho con quizás unos pocos años mayor que ella, le sonrió, una sonrisa cómplice y de bienvenida y con sus cejas y su mirada le hizo un gesto como invitándola a algún juego,… en ese momento comenzó a correr entre los árboles del bosque.
Siguiendo su juego, la niña salió corriendo tras él, tan solo veía las ramas que se movían tras el paso apresurado del muchacho. En su persecución parecía que los árboles y rosas no quisieran que continuara, quizás por protegerla, quizá por resguardar un secreto, con lo cual las ramas la golpearon, la mordieron las espinas, con fiereza y brutalidad, pero ella continúo; ella lo siguió, lo corrió, lo persiguió.
Al fin llegó a un claro en las profundidades del bosque y el arrollo se había transformado en un pequeño río, y la cascada resonó con su canto, en medio del agua color plata.
No encontró al muchacho, lo buscó, pero no halló nada y en ese momento algo surgió de las profundidades no muy hondas del río, era el joven.

Desnudo de torso, y con sus cabellos, ahora blancos, y sus ojos como perlas plateadas, surgió del agua, intentando levantarse con mucho cuidado, y mucho dolor, pues se mantenía en una posición fetal. De repente comenzó a gritar, un grito desgarrador…temblaba todo su cuerpo, gimoteaba del sufrimiento y tapaba su rostro entre sus manos tomando su cabeza, como quien se resguarda al saber que alguien le va a golpear.
De repente y suavemente…salieron, entre gritos de dolor y sufrimiento grandes huesos, como colmillos de elefante de su espalda, eras alas, pero alas como huesos blanquecinos; tan solo un armazón. Salían de su espalda por encima de sus omóplatos, sobre su cabeza, y desde sus costillas hasta por debajo de su coxis, rasgando sus ropas, eran alas, alas de hueso.
Cuando los huesos terminaron de crecer se mantuvo un largo rato en posición fetal temblando de dolor, mientras ella atónita y petrificada miraba el hecho.

El muchacho se paró, y mirando la cascada le dijo:
- No sabes cuanto duele ser yo, pero así soy y lo acepto…
El joven tendió su mano hacia ella para que la tomara.
La niña ahora temblaba y casi sin darse cuenta dejó caer una lágrima de sus ojos y con una leve sonrisa le dio su mano.
- Mi nombre es Arren –le dijo, y ella se mantuvo en silencio.
Tiró de su mano y la tomó entre sus brazos, tomándola fuertemente y se arrojó con ella al río.

Lo miró mientras estaban sumergidos en el agua, él brillaba con luz propia y por encima del río algo pasó, algo que le heló la sangre y heló el agua. Una sombra negra se cernió sobre ellos y lo único resplandeciente allí era Arren.
Al darse cuenta de ello, la niña, con la mano libre que tenía y con la cual unos instantes antes intentó safarse, lo sujetó en un abrazo, fuertemente tomó con su mano a un gran hueso que salía de la espalda del joven. Ante este hecho, y contemplando su temor, Arren la abrazó más fuertemente dándole su calor y haciéndola dormir…, quién sabe como, bajo esas aguas plateadas.

La niña despertó, era de noche y estaba acostada a orillas del río, pues oyó su canto. Al abrir los ojos notó que Arren aún la abrasaba, pero ahora volvía a ser aquel muchacho de cabellos oscuros y ojos negros resplandecientes.

-Deberías de volver –decía Arren- te estarán buscando o esperando.
A lo que la niña respondió:
-No es así, allí nadie me espera o busca, solo tú me buscaste y me esperaste –y en diciendo esto, abrazándolo se quedó nuevamente dormida entre sus brazos con una leve sonrisa perpetua, a partir de ese entonces, en sus labios.

Quizás había encontrado un amigo.

La Doncella de las Mangas Amarillas

Capítulo 2

Se encontraba caminando por los jardines del gran castillo que nunca llamó hogar, y traspasó sus límites; camino por el pueblo que nunca la llamó hija y traspasó sus límites.
Caminó por el bosque y se perdió en el.
Cansada de tanto caminar vio a su alrededor y observó el árbol que extendía sus manos sobre ella.
Una hoja cayó de él, una hoja afilada que cayendo rozó su dedo índice y cortando su piel, una gota de sangre cayó en la tierra, gota que luego fue creciendo, y de la tierra fueron formándose arroyos de sangre, ríos de sangre, mares de sangre.
Lo único que quedaba en ese mundo era ella, mirando al árbol, como ofendida por haberle quitado una gota de sangre… en ese momento la tierra la llamó “hermana”.